sábado, 12 de febrero de 2011

Por un bicentenario de los de abajo


POR UN BICENTENARIO DE LOS DE ABAJO (1)

La confrontación directa entre los burgueses –los ricos de hoy- por el dominio económico y político del mundo entero, por su colonización total, es tan vieja y violenta como el capitalismo. Aquí también, por cierto.
La clase capitalista nació de dos manifestaciones de la violencia: la violencia contra el enemigo común principal que era la clase feudal –los ricos de ayer-, y la violencia simultánea entre los mismos burgueses por el poder que le iban arrebatando a los señores feudales en todas partes.
Este carácter violento dura hasta hoy, dentro de la clase dominante, y hacia afuera, con la diferencia de que hoy el enemigo común principal contra el que la burguesía ejerce la más desalmada violencia, somos los pueblos trabajadores explotados y oprimidos (los que ayer éramos un enemigo secundario, menos importante que los señores feudales, pero enemigos al fin).
La violencia es parte sustancial de la naturaleza del capitalismo. En la medida que sus pautas de vida se fundan en el egoísmo y la prepotencia, la burguesía es esencialmente violenta en todos los planos de su existencia, empezando por el básico: la explotación, mediante la cual, los capitalistas se apropian privadamente de lo que la clase trabajadora produce socialmente. O sea, violencia aplicada al robo liso y llano de lo que es fruto colectivo del trabajo de otros, del trabajo de la inmensa mayoría de la sociedad.
La violencia capitalista -que es su forma de ser- solamente terminará con el mismo capitalismo, cuando éste sea abatido por la violencia organizada de los pueblos trabajadores a la que inevitablemente los empujará la misma burguesía.
La violencia social únicamente cesará cuando las relaciones entre los seres humanos no estén, ya, fundadas en la lucha de clases.  O sea, cuando no haya más sociedad dividida en clases ni más posibilidades de que grupos sociales particulares intenten someter a otros grupos sociales en su provecho privado, individual o grupal.
En pocas palabras, el sepulturero de la violencia, será el comunismo, un comunismo libertario que permitirá la realización humana en el ejercicio real de la libertad más plena, de la que cada ser humano gozará a plena conciencia y sin necesidad de ejercer ningún poder sobre los demás ni de que los demás lo ejerzan sobre uno mismo.
La violencia, definitivamente, se extinguirá cuando la humanidad trascienda el reino de la necesidad, para alcanzar el reino de la libertad.
Mientras tanto, tratemos de entender la historia. Una historia que hoy nos habla del “bicentenario” sin decirnos nada. De un “bicentenario” que para unos es celeste, amarillo y blanco, y para otros, la inmensa mayoría, es rojo, blanco y azul, con tintes de piel negra y del color de la tierra regada por la sangre de los que jamás han vendido el rico patrimonio de los orientales: los pobres, oprimidos y sublevados de la ciudad y del campo.

POR UN BICENTENARIO DE LOS DE ABAJO (2)

Ni Artigas fue propiamente un militar, ni el alzamiento popular de 1811 significa el surgimiento del mal llamado “ejército oriental” al que hoy se quiere obsequiar fantasiosamente con honores de un bicentenario que ni se merece y que le queda otra que grosera e irrespetuosamente grande.
Esta fuerza represiva profesional –hecha a imagen y semejanza de herederos de los privilegiados por la corona española y sus saqueos- nace luego de consumada la traición a la revolución oriental, al artiguismo y al sueño de una “Patria Grande” americana, solidaria y libertaria, por el que la pelea seguirá hasta la victoria.
Solamente la falsificación de la historia, la mentira histórica lisa y llana, la versión engañosa de la clase dominante –de los ricos que en realidad odian a Artigas por haberse jugado hasta las últimas consecuencias por los más desposeídos-, pueden pretender que el 2011 sea el año del bicentenario del ejército.
El llamado “ejército oriental” que nada tiene que ver con aquellos heroicos y laboriosos orientales que en Las Piedras derrotaron al invasor a punta de lanza y coraje, nació en realidad al servicio de los grupos sociales e intereses económicos que desde la derrota de la Revolución Oriental han sumido al pueblo trabajador en el hambre y la miseria, ordenando a este ejército, invariablemente, la más brutal represión antipopular y el despotismo, toda vez que la prepotencia chupasangre ha sido cuestionada por los más oprimidos.
En todo caso, los antecedentes más remotos de este ejército represor burgués, deberían buscarse entre aquellos esbirros de la corona y los criollos ricos –los latifundistas, los comerciantes poderosos, los privilegiados con decenas de miles de cuadras de campo robadas a los charrúas-, que el 18 de mayo de 1811, tras la paliza de Las Piedras, expulsaban de Montevideo a las familias que tenían “fichadas” como simpatizantes de la revolución, a las que corrían a escupitajos y latigazos, despojándolas de todos sus bienes, cual anticipo de lo que ocurriría 160 años después con la persecución y el castigo a los trabajadores organizados en lucha contra el pachequismo y las injerencias de los EE.UU.
José Gervasio Artigas fue un miliciano en rebeldía, un desertor de las fuerzas regulares leales a la corona española, un Revolucionario que se colocó al frente de una verdadera insurrección popular de quienes viven de su trabajo y aspiran a ser libres respetando la libertad de los demás pueblos, en profunda hermandad y férrea unidad latinoamericana frente a la codicia y la sed expoliadora de las potencias imperiales de turno.
Doble falsedad: ni el ejército nació en 1811 ni puede llamársele “oriental” por más imaginación que se tenga. Hablar del “bicentenario del ejército oriental” es una manera nada sutil de reverenciar rostrudamente a unas fuerzas armadas que nos cuestan muy caras en muchos sentidos, sin razón de ser, contrarias al pueblo trabajador y completamente alejadas del ideario artiguista.

POR UN BICENTENARIO DE LOS DE ABAJO (3)

Entender y sentir como un capítulo fundamental de nuestro presente, los acontecimientos de la revolución oriental de 1811 y los de las demás colonias sojuzgadas y rebeladas del continente americano, no es ningún capricho ideológico.
Reconocernos y reconocer nuestra justa causa emancipadora, obrera y latinoamericana, en sucesos del Bicentenario como el Grito de Asencio de Soriano o como el medio siglo de la paliza antiimperialista de Playa Girón, no es un para nada un antojo.
Nada que ver, tampoco --es obvio-- con los rituales fallutos de un culto burgués al tradicionalismo que cada tanto se viste de gaucho y empuña sables de utilería para festejar falsos cumpleaños de falsos ejércitos “de defensa nacional”.
Para el pueblo trabajador, la dura pelea por romper las cadenas más que bicentenarias de la opresión, funde en una misma sustancia de dignidad obrera y libertaria, los días y los espíritus de una gigantesca multitud de mujeres y hombres por encima de los tiempos y ajenos a vacíos ceremoniales patrioteros.
La historia –la verdadera; no la oficial-- anuda nuestras vidas presentes a las que ofrendaron nuestros dignos antepasados que no se cedieron ante el despotismo ni aún después de las impresionantes traiciones a que nos sometieron los godos corruptos y los secuaces “genéticos” que nos hablan de un Bicentenario que jamás les pertenecerá, por ser --ellos y la prole que educan en la explotación-- su negación viviente.
Hay entre aquellos impresionantes acontecimientos iniciales de la lucha anticolonialista federal y nuestras vicisitudes y anhelos actuales –tanto en lo local como en lo continental-- un clarísimo hilo conductor que define un mismo, dramático y honroso proceso que aunque aún no haya podido cristalizar en un cauce de revolución general, desembocará más temprano que tarde en la maravillosa culminación de la abolición del capitalismo y la derrota total del imperialismo.
Seguimos viviendo hoy, en resumidas cuentas, el mismo gran proceso histórico inconcluso de revolución y emancipación latinoamericana que estalló ejemplarmente con la embrionaria sublevación esclava y negra de fines del siglo XVIII precisamente en la querida república hermana de Haití, hoy humillada por el imperialismo “moderno” y sus nuevos servidores arrodillados ante un neocolonialismo tan inmoral y rastrero como lo fue el colonialismo clásico.
Estamos metidos hasta el cuello y el alma, básicamente, en las mismas urgencias antiimperialistas y clasistas de la época de Artigas --esencialmente populares por naturaleza, consustanciadas con los ansiedades y las angustias de los más pobres, “los más infelices”, como nos decía Artigas--, que condujeron necesariamente a esta porfiada búsqueda actual de un socialismo latinoamericano de fuerte carácter internacionalista, libertario también por naturaleza, de particularidades que, sumadas, significan transitar un camino que es también de firme y merecida reivindicación de pautas de vida comunitaria y comunera profundamente enraizadas en aquellos pueblos originarios que el colonialismo criminal no pudo aniquilar completamente.
Los genocidas del “descubrimiento” mutilaron más de 60 millones de vidas ejerciendo la más cruel violencia feudal-burguesa y trasladando horribles pestes desde la ya podrida Europa medieval, capitalista y rapaz. Sin embargo, no les fue posible acabar del todo con poblaciones que sabían ya de sobra del trabajo social y de hábitos solidarios consigo mismos y con la naturaleza, a pesar de las clases dominantes autóctonas que les sometían con menos barbarie que los “civilizadores” europeos.
Nuestro urgente y trágico presente es, por tanto, nuestro pasado latente en los cerebros y los corazones de cientos de millones de oprimidos que no hemos olvidado ni olvidaremos nuestro glorioso y heroico pasado, ni renunciaremos a un presente de obligado combate, que cristalizará, sin la más mínima duda, en un futuro de merecida paz con justicia social y auténtico respeto por los derechos humanos y la naturaleza.
Los enemigos de hoy son, pues, sustancialmente, los mismos enemigos de ayer –la mezquindad y el egoísmo burgués de los ricos de turno; la bestialidad y la cobardía rapiñera del imperialismo capitalista “moderno” que los aglutina y los disciplina-- y vencerlos codo a codo con todo el llamado “tercer mundo”, equivale a meter los últimos clavos de su bien ganado féretro, para sepultar al capitalismo y su Estado genocida, y para que junto a su tumba vayamos cavando también –cuanto antes, mejor-- la fosa bien profunda en la que deberá ser enterrado hasta el último vestigio de organización social basada en el poder haragán y la prepotencia parásita. Lo caprichoso, hoy, no es reivindicar el Bicentenario y su continuidad actual como enaltecedor patrimonio del pueblo trabajador.
Lo es, sí, querer ocultar el nexo esencial entre pasado y presente, esta consecuencia histórica que se respira hasta por los poros y que sólo pueden desconocer los que saben muy bien que el único presente que reniega del pasado como obra popular aún llena de vigor, es el presente de los déspotas y su cultura de la mentira.
Lo que estamos conmemorando en el año 11 del siglo XXI, no es otra cosa que las circunstancias especiales, cruciales, culminantes, vividas con sudor y lágrimas por los de abajo que nos han precedido; los momentos en los que las tensiones entre las clases sociales en lucha, se convirtieron en confrontación directa y frontal; lo que celebramos y honramos, son los cambios, los virajes, los puntos de inflexión agolpados de tal manera, que las relaciones sociales han sufrido desde entonces profundas transformaciones de forma y contenido, saltos cualitativos que por su magnitud y alcances, trascienden lo puntual temporal, para proyectarse como tendencia rectora de nuestra propia historia contemporánea.
Tal es lo que acaeció en el entorno del siglo XIX en nuestra América Latina marcando a fuego el futuro que es nuestro presente. Los alzamientos populares contra la hegemonía de las potencias colonizadoras, pusieron en tela de juicio la premisa necia y falaz de que “deben” existir países o regiones centrales todopoderosas, como si la civilización fuera un sistema solar y las más vastas regiones alejadas de los centros imperiales, tuvieran que comportarse como satélites indisolublemente atados a los designios imperiales.
Celebremos aquellos venturosos días de nuestros dignísimos ancestros, animando este presente de compromiso y lucha que es la continuación natural de aquella época y aquella revolución que es la misma que hoy reclama la unidad combativa de este pueblo oriental y trabajador que somos.
Mantengamos en alto la frente y los puños, enriqueciendo cada día nuestro arsenal de razones y el espíritu de sana rebeldía frente a la injusticia y la arbitrariedad.

POR UN BICENTENARIO DE LOS DE ABAJO (4)

Joaquín Lenzina, popularmente conocido como Ansina, es uno de los protagonistas principales del proceso revolucionario y de nuestra historia latinoamericana, pese a la versión oficial --la escrita por los traidores y contrarrevolucionarios-- que simplemente lo describe como el “negro que le cebaba mate a Artigas”.
(La misma invención que trató de subestimar o borrar todo aporte significativo de origen negro, indígena o mestizo, por más que la revolución oriental fue multiétnica y de los “de abajo”).  Ansina fue fundamental no sólo como buen conocedor de la Banda Oriental y como estratega y buen combatiente. Lo fue también en el aspecto político y cultural.
Ex esclavo, poeta y payador que recitaba en varios idiomas originarios --entre otras vocaciones innatas--, de fresca habilidad para escribir, impresionante experiencia social y un cúmulo enorme de vivencias, más una muy estrecha relación personal con Artigas, permiten concluir que tuvo una intervención muy activa en lo que caracterizamos como ideario artiguista y, seguramente, en los pocos textos llegados a nosotros que se atribuyen exclusivamente al puño y letra de Artigas.
No cabe ninguna duda: Ansina y Artigas fueron entrañables e inseparables Compañeros. Lo fueron hasta el último suspiro, en Paraguay, donde después de la muerte del “viejo”, en 1850, Ansina, con 90 años, fue protegido por otro negro corajudo y revolucionario, más joven que aquellos: Manuel Antonio Ledesma (1797-1887), también refugiado en la querida y traicionada tierra guaraní en la que dos de sus cinco hijos murieron en la masacre imperialista de la Triple Alianza, que debería llamarse Cuádruple Alianza (Brasil, Argentina, Uruguay y, dirigidos por ella, la Gran Bretaña).
Ansina nació en Montevideo cuatro años antes que Artigas, en 1760, según parece, de madre y padre que ni conoció, traídos del África, esclavizados. Aguatero desde niño, recorre ampliamente la campaña, aprendiendo a tocar la guitarra y a cantar en las estancias con su arte a cuestas. Vuelto a Montevideo, es engañado por unos piratas que lo invitan a cazar ballenas en las Islas Malvinas; se les escapa en Brasil, lo capturan los portugueses, y lo venden como esclavo a un ingenio azucarero. Después de intervenir en varias rebeliones, lo revenden a negreros de Misiones y allí lo compra Artigas, por entonces capitán de blandengues. Éste lo libera y lo recomienda como soldado al batallón de pardos y libertos de Montevideo, todavía al servicio del rey de España. De ahí en más, se va tejiendo entre ambos una profunda y leal amistad, que deviene, luego, en camaradería conspirativa de gran confianza política y personal, que pautará las vidas revolucionarias de Ansina y Artigas para siempre. Murió en 1859, con casi 100 años.
En las “Escuelas de la Patria” de Purificación donde se ensalzaban los valores revolucionarios de igualdad, libertad y federalismo, los niños recitaban y cantaban la poesía libertaria ya casi olvidada de Ansina:
“Así como los flamencos
vuelan en forma ordenada,
indios, negros y blancos
marchamos en fila alineada.
Así como el cardenal
luce su copete colorado,
defendemos la idea Federal
que Artigas ha proclamado”.
Ansina con sus poemas ha dejado memoria de aquellos tiempos, que algunos no están interesados en difundir y que ocultan o ponen en duda como archivos fidedignos de la revolución.
En el bicentenario del pueblo trabajador celebrando la revolución oriental, es un deber revolucionario destacar la figura de Ansina, sin olvidar la de Ledesma y, por supuesto, la de Andresito y otros tantos que lucharon con valor y firmeza ejemplares por una “Patria Grande y para todos” que seguimos buscando con el deseo ferviente de parecernos a esta gente querida que sigue viviendo entre nosotros.

POR UN BICENTENARIO DE LOS DE ABAJO (5)

Los combatientes orientales impulsores de nuestra revolución, tuvieron que recurrir a “nombres de guerra” y otras medidas de seguridad para no ser fácilmente “fichados”, en la preparación clandestina de la insurrección.
Mientras Artigas –reciente desertor-- conspiraba en Buenos Aires buscando apoyo material, en la última semana de febrero de 1811 ocurría lo que conocemos como Grito de Asencio, en Soriano, nucleando a unos 100 “militantes” convocados por Pedro José Viera (portugués) y Venancio Benavídez (español). Algunos historiadores, sin embargo, señalan como principal organizador de esta acción político-militar, al comandante militar de Capilla Nueva (Mercedes), Román Rosendo Fernández (a) “Ramón”, responsable de la obtención de armamento y hombres armados y experientes para la acción que daría inicio “formal” a la revolución de este lado del Plata.
Un siglo y medio después, la prensa internacional consignaba, el 9 de octubre del año 1967, la siguiente información: “El domingo 8, en la serranía de La Higuera (Bolivia), durante un combate con 150 "'rangers" bolivianos entrenados por los EE.UU., murió el comandante “Ramón”, Ernesto "Che" Guevara””.
Así, pues, un mismo nombre de guerra para una misma causa revolucionaria que trasciende los tiempos del almanaque y las delimitaciones rígidas de la cartografía.
Un mismo destino que une a dos “Ramones” identificados por la común rebeldía frente a la “omnipotencia” imperial por la que cada día que pasa, nacen nuevos “Ramones” y nuevas “Ramonas” que algún día se nombrarán en las páginas inéditas de la Revolución Latinoamericana triunfante, Socialista, Libertaria, Internacionalista.

POR UN BICENTENARIO DE LOS DE ABAJO (6)

Celebrar el Bicentenario implica para el pueblo trabajador, visualizar comprometidamente la certeza clave que el artiguismo nos dejó planteada con sencillez admirable y como desafío de impresionantes proyecciones para las generaciones pos derrota revolucionaria:
“La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo”.
Implica comprender, hoy, que el rompimiento de los eslabones de la cadena imperial neo-colonialista, representa dejar al capitalismo sin su último sustento de sobrevivencia en una etapa terminal de su desarrollo de la que ya nada positivo puede esperarse, con reformas o sin ellas.
Significa dejar a las multinacionales monopólicas adueñadas de casi todo el planeta, sin las riquezas naturales, las materias primas, los recursos hídricos, telúricos, minerales, oceánicos, etc.; y la mano de obra barata y muchas veces todavía esclava, que únicamente subsisten en las regiones que a pesar de todo no han podido ser devastadas por la irracionalidad industrial-mercantilista que sí ha destruido, ya, los suelos y los ríos de las zonas “más desarrolladas” de Europa y Norteamérica, y, en menor grado, de buena parte del Asia, Oceanía y la mitad del África.
Miles y miles de años se requerirían, con suerte, para que esas vastas regiones pudieran recuperarse mínimamente del despilfarro necio y agotador dejado por un capitalismo devenido en imperialismo y que automáticamente dejaría de ser una cosa y la otra, con solamente ver impedido el saqueo del “tercer mundo” de alguna manera iniciado desde “la conquista”.
Romper definitivamente los eslabones de la dependencia despótica, representa poner sobre la mesa de la lucha de clases a escala mundial, el motivo clave que hará insurreccionarse y radicalizarse hasta las últimas consecuencias a los pueblos trabajadores de esas mismas regiones súper “desarrolladas”, a los que hoy –y hasta por ahí nomás, como podemos apreciarlo cada día con más crudeza-- se los puede contener y neutralizar con salarios cada vez más bajos, dádivas asistencialistas y empleos basura, costeados con una pequeña parte de las ganancias siderales generadas y transferidas desde el “tercer mundo”.
Porque una cosa está más que clara: el capitalismo pudo desarrollarse, pudo mantener retribuciones relativamente decorosas a sus trabajadores explotados y sus capas medias en las regiones centrales, pudo multiplicar astronómicamente su acumulación y reproducción del capital, frenando y dilatando allí las explosiones sociales, al convertirse como se convirtió en capitalismo imperial gracias en muy buena medida al dominio ejercido sobre el “tercer mundo” precisamente debido a nuestras derrotas bicentenarias y a una estrategia imperialista de “divide y reinarás” que contó con el apoyo entusiasta de todas las oligarquías locales cipayas y corruptas. Más que claro: el capitalismo pudo desarrollarse, pudo mantener retribuciones relativamente decorosas a sus trabajadores explotados y sus capas medias en las regiones centrales, pudo multiplicar astronómicamente su acumulación y reproducción del capital, frenando y dilatando allí las explosiones sociales, al convertirse como se convirtió en capitalismo imperial gracias en muy buena medida al dominio ejercido sobre el “tercer mundo” precisamente debido a nuestras derrotas bicentenarias y a una estrategia imperialista de “divide y reinarás” que contó con el apoyo entusiasta de todas las oligarquías locales cipayas y corruptas.
Con las “independencias” por separado estimuladas y auxiliadas por la astuta y desvergonzada burguesía británica --que supo usar hábilmente a su favor las contradicciones locales manejando un hipócrita lenguaje de “republicanismo autónomo, libertad de comercio, nación, democracia, etc., etc.”--, el capitalismo mundial halló el cauce que definiría su propio destino imperial, no sin pasar por dos guerras mundiales de reparto del mundo (1914/1918 y 1939/1945), cuyo dominio casi absoluto ha quedado en manos de una casta diminuta, monopólica y apátrida, organizada en multinacionales y Estados mercenarios.
O sea, el capitalismo y el imperialismo, sobreviven dividiendo a los oprimidos del mundo entre “explotados de primera” y “explotados de segunda” –los que andan en auto y los que andan a pié-- a los que además de súper explotárseles directamente, se les despoja de recursos y materias primas autóctonas que debieran ser bienes de toda la humanidad y que, sin embargo, se emplean para que las industrialicen los “explotados de primera” en una súper producción mercantilista sin ton ni son, imposible de ser vendida en un mundo en el que más de una tercera parte de la humanidad padece de una pobreza que crece a cada minuto.
El revolucionario avance tecnológico puesto al servicio del abaratamiento de los costos de producción y el mantenimiento de la ganancia capitalista, reproduce más desempleo en el “primer mundo”, más desempleo y esclavitud en el “tercer mundo”, más multitudes abrumadoras de gente que en los “dos mundos” van dejando de ser consumidores, mientras en las pletóricas góndolas del supermercadismo de las multinacionales, los alimentos y otros productos se van pudriendo, para reponérselos con lo producido en los nuevos ciclos de la cada vez más imposible reproducción del capital y la avaricia.
Hay tecnología y fuerzas productivas humanas de tales magnitudes, que ya hoy ningún ser humano debería estar pasando hambre o viviendo a la intemperie. Hoy, mientras se cumple el Bicentenario, el mundo entero puede ya vivir en el más pleno comunismo, resolviendo la cuestión tal como nos la planteó el artiguismo:
“La cuestión sólo es entre la libertad y el despotismo”…
O sea, entre el comunismo libertario de la revolución y el despotismo imperialista del capitalismo.

POR UN BICENTENARIO DE LOS DE ABAJO (7)

Al igual que sucedió en Argentina el año pasado, los 200 años del inicio de la revolución independentista-federalista de este lado del Plata, ha sido pretexto para que el gobierno, la clase dominante y todo el aparato ideológico-cultural a su servicio, reafirmen la historia oficial respecto a los sucesos históricos que, se supone, fundan nuestra “nacionalidad”.
Como siempre, el manejo discrecional desde el poder, del relato histórico, es altamente funcional al sistema de dominación capitalista. La clase dominante apoyada en su hegemonía ideológica sobre el conjunto de la sociedad, intentará fijar en el imaginario colectivo una legitimación historicista del actual patrón de acumulación bajo la conducción política del progresismo. Una suerte de hilo conductor entre la gesta artiguista y el social-liberalismo que ejerce el gobierno.
Para el Movimiento Popular y en particular para el espacio clasista, combativo e independiente del mismo, ésta puede ser una excelente oportunidad de re-instalar en la agenda popular y en el debate público, la discusión de un proyecto de sociedad propio del Pueblo Trabajador que hunda sus raíces en la Revolución Popular iniciada en 1811. Un proyecto de sociedad, un nuevo orden social que trascienda y supere las distintas variantes capitalistas que se nos ofrecen como “salida” para la crisis capitalista en curso.
Nos parece que, sin hacer traslaciones mecanicistas que empobrezcan la propuesta, es posible rescatar de los hechos históricos que se inician en 1811, ideas guías que nutran las futuras luchas emancipadoras de nuestro Pueblo Trabajador.
Creemos interpretar el pensar y el sentir de las grandes mayorías de esta margen del plata, si decimos que “el pensamiento y la praxis artiguista” son los elementos identificatorios mas aglutinantes que tenemos como “nación” o como formación social.
EL CONTENIDO DE CLASE EN LA GESTA ARTIGUISTA Y ORIENTAL
Un primer elemento que queremos rescatar como particularidad histórica que debe alumbrar las luchas de hoy, es el protagonismo de las clases más oprimidas en la Revolución Oriental. Si bien en un principio (como pasó en otras partes de América) Artigas recibió el apoyo de buena parte de los grandes hacendados criollos, deseosos de desembarazarse del yugo español e iniciar un desarrollo capitalista propio, éstos le dieron la espalda cuando la profundización de las medidas revolucionarias atacó la gran propiedad privada y el orden jerárquico de la sociedad colonial.
De tal forma que los criollos pobres, los indígenas y los afro-descendientes, fueron los sectores oprimidos que constituyeron la base social de la revolución oriental, y, naturalmente, los destinatarios del programa artiguista sobre todo a partir de 1815.
La gesta emancipadora encabezada por Artigas, “anticolonialista”, “democrático-burguesa” y de “independencia nacional” por la forma, fue esencialmente indígena, negra y popular por su contenido político, social y económico. Fue una Revolución Social y Política hondamente Popular, con un contenido de clase claramente definido, sólo comparable con la encabezada por los esclavos haitianos al mando del negro liberto Toussain Louverture.
LAS MONTONERAS ORIENTALES
Hoy, que desde el gobierno y el “establishment” político se quiere consumar la estafa ideológica de que habría una continuidad entre el ejército oriental y el actual ejército uruguayo, importa rescatar un segundo elemento que es la concepción hilvanada a partir de 1811 sobre la cuestión militar de la revolución y puesta en práctica durante esa década hasta la derrota de Tacuarembó en 1820.
El enunciado artiguista de “…el pueblo reunido y armado…”, y las formas concretas con que se fue estructurando el ejército rebelde; no dejan dudas de una concepción de la defensa y de la disuasión militar como una tarea de todo el pueblo, totalmente reñida con la concepción de casta profesional que monopoliza el uso de la violencia, que caracteriza a los actuales ejércitos “nacionales” que son fuerzas de ocupación en su propio país y fuerzas mercenarias en otros lugares, en ambos casos al servicio de los intereses del capital imperialista.
EL PROGRAMA POLITICO DEL ARTIGUISMO:  TIERRA, LIBERTAD Y FEDERALISMO
Un tercer elemento, quizás el mas importante para las luchas de hoy, son algunos  aspectos del programa político que Artigas propone a los orientales primero y al conjunto de la Liga Federal después.
Tenemos claro las enormes diferencias entre la etapa histórica en que se desarrolló la Revolución Oriental y el presente y no es nuestro propósito intentar paralelismos inconducentes a la hora de levantar un programa de transformaciones sociales de fondo.
Sin embargo no podemos dejar de constatar que algunos de los elementos que consideramos centrales a la hora de pensar el programa que logre concitar la adhesión comprometida del Pueblo Trabajador; ya estaban presentes en la gesta artiguista y oriental con planteos, propuestas y prácticas, que adaptados a la realidad de hoy nos siguen diciendo mucho.
Hoy como ayer, la producción de la riqueza social basada en la tierra sigue siendo central a la hora de pensar una economía autosustentable y de aprovechamiento racional de los recursos naturales que posee éste territorio. Cualquiera sea el curso político que adopte el futuro proceso emancipatorio en el Uruguay, en el tema de la tierra, su tenencia, su control, su gestión y su vínculo con el resto de las actividades económicas; se dirimen las condiciones materiales de la sociedad a la que apostamos.
El inicio de Reforma Agraria practicada en la Banda Oriental, desde antes pero sobre todo a partir del Reglamento de Tierras (que en las condiciones capitalistas actuales sería una medida revolucionaria), debe inspirar nuestro planteo de “Tierra pa'l que la trabaja” para hacer realidad la continuidad, en las condiciones del siglo XXI, de esa profunda transformación que se esbozó hace dos siglos y que quedó inconclusa.
Hoy como ayer también, las formas políticas de organización de la sociedad estarán en el centro de nuestras preocupaciones, dado el progresivo deterioro, ante los ojos de la mayoría de la gente, de la institucionalidad democrático-burguesa. Deterioro y descreimiento que ha llevado incluso a sectores del progresismo a plantear la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente para “refundar la nación”.
El acelerado vaciamiento de toda ilusión de democracia y participación, en las formas políticas dominantes en la actualidad; es un elemento objetivo vinculado a la etapa depredatoria, parasitaria y mafiosa que vive el capitalismo imperialista, lo que pondrá también en el orden del día, mas temprano que tarde, la discusión de una nueva institucionalidad.
En ese marco los conceptos de libertad, autonomía, federalismo y patria grande elaborados y parcialmente aplicados en el periodo artiguista, entroncan con conceptos similares elaborados por las distintas corrientes del pensamiento revolucionario desde el siglo XIX hasta nuestros días, y son por lo tanto materia prima inapreciable para el intercambio y la elaboración política en nuestros colectivos.
(Publicado por “Por un bicentenario de los de abajo”
– Plenaria Memoria y Justicia / Prounir / Base Compañera / Comuna / Coordinación Hasta la Victoria / Militantes Independientes
--Montevideo, febrero de 2011).-

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