martes, 9 de diciembre de 2014

Ayotzinapa, Ferguson y nosotros

De Rafael Bayce



El poder judicial de los EEUU protege el gatillo fácil contra la población afro y latina; su gobierno es genocida en Gaza palestina y terrorista en Afganistán, Irak, Siria, Libia... ¿qué mejor aliado para el Uruguay, paraíso de la impunidad de los criminales de lesa humanidad?. ¡vamos con Tabaré! ¡por la Alianza del Pacífico, por un Tratado de Libre Comercio, por la instalación de una base militar, por la intervención contra los pueblos haitiano y congoleño!

Jorge Pedro Zabalza

La desaparición y casi segura muerte de 43 manifestantes normalistas en Ayotzinapa, Guerrero, Méjico, con complicidad de las autoridades, ha levantado a todo Méjico y las protestas se han extendido ya a buena parte del mundo. Lo mismo por 4 asesinatos policiales en Estados Unidos (Ferguson, Cleveland, Hollywood) seguidos hasta ahora por fallos judiciales extremadamente cuestionables racialmente y, de nuevo, con complicidad de las autoridades judiciales y ejecutivas. Hay razones de obvia humanidad que justifican esa globalización de las protestas: por la barbaridad mejicana y por el racismo norteamericano. Pero son puntas de uno de los mayores icebergs que la humanidad enfrenta y enfrentará crecientemente en el siglo XXI: los abusos policiales y su encarnación de la dominación violenta en última instancia que el capitalismo precisa para la imposición progresiva del lucro mayor para cada vez menos. Y no se salvan de eso las llamadas socialdemocracias, progresismos o izquierdas democráticas. Vemos por qué.

MICROHISTORIA POLICIAL

La aparición y crecimiento de las policías como guardianes del ‘orden y seguridad públicas’ en el mundo occidental nace de varias razones interrelacionadas: uno, a la urbanización; dos, a la densificación urbana; tres, al nacimiento posrrenacentista de los estados nacionales; cuatro, a la alternancia de modelos geopolíticos neoimperiales anclados en las policías y guardias nacionales con modelos anclados en los militares.
Cuando se desfibra el feudalismo y los feudos se unifican progresivamente en estados nacionales, ese proceso no es para nada consensual y los gobiernos deben aprender, según Foucault, de la Iglesia sus tácticas de dominación y de legitimación. Entre ellas, el endurecimiento penal y el uso instrumental del derecho civil y de la implementación por la fuerza ejecutiva de los dictámenes judiciales, anclados en codificación legislativa, ocupan un lugar destacado. Las revueltas campesinas, normalmente enfrentadas por las milicias feudales (eclesiales y de los señores), comienzan a ceder espacio a las movilizaciones de trabajadores industriales en los burgos y a ocupar espacio en las preocupaciones de las clases dominantes. Las fuerzas dedicadas a la imposición progresiva del orden industrial capitalista urbano son ahora las policías, reclutadas desde el lumpenaje subproletario que comienza a aparecer junto con los ejércitos industriales de reserva y con algunos que se niegan a aceptar la proletarización como destino; prefieren actividades ilícitas e ilegales para vivir. Karl Marx lee de manera indeleble la índole clasista de las policías, que radica en que son reclutadas dentro del lumpenaje subproletario, para reprimir los levantamientos campesinos remanentes del feudalismo y sobre todo los nuevos levantamientos proletarios de los burgos, que crecerán en desmedro de los anteriores desde mediados del siglo XX. En su obra sobre el 18 Brumario de Luis Bonaparte, de 1848, define a las policías como integradas por lumpen usados por su arbitrariedad, carencia de valores morales y de conciencia de clase, alcahuetería de los poderosos e insensibilidad para con los trabajadores. Nada de eso ha cambiado radicalmente en 165 años; la extracción sociocultural básica de las policías, anclada en sus bajos salarios presupuestales, asegura el cumplimento lumpen de sus tareas legalmente fijadas. El abuso revanchista que drena su resentimiento de clase contra los ́pichis’ (los lumpen que no han optado por el uniforme), su supervivencia en base a alcahueterío instrumental y a la ‘viveza’ en explotar toda circunstancia, legal o no, de mejoramiento individual y corporativo; su doble rasero moral al exceptuarse del cumplimiento de la ley que exigen a rajatabla de otros como fuente de poder, ingresos y cobertura que llena el ojo.
Howard Becker, que indirectamente terminó estudiando a los policías a fines de los años 50 en Estados Unidos, se da cuenta que su lógica sistémica la lleva a pactar con un enemigo delincuente, no solo riesgoso por su poder sino fuente posible de ingresos extrapresupuestales que se sumen a los presupuestales. Pero para añadir los nuevos ingresos, es necesario mantener los presupuestales; para ello debe ‘llenarse el ojo’ sobre su dedicación, dureza, y efectividad, quedando sus fracasos a cuenta de la progresiva malignidad de los criminales y de las nuevas generaciones, para todo lo cual se necesitarían más equipamientos, mejores sueldos, más discrecionalidad legal, más rigor legislativo y judicial, más control sobre los nuevos ciudadanos. Como la prensa se come la pastilla y le conviene la historia, los políticos la compran y la gente termina creyéndola, todo sigue como está: el lumpenaje al poder. Cuando los imperios sustituyen el fracaso tardío de la Guerra Fría y los planes del tipo Cóndor por la magnificación de problemas sociales supuestamente instigadores de más y más dura intervención sobre menores, minorías étnicas, nacionales, religiosas o políticas, tendremos a los militares para guerras civiles e internacionales, y a las policías y guardias nacionales para los conflictos internos, que crecen con la industrialización, la densificación urbana y el aumento de los ejércitos industriales de reserva y de los desafiliados post-bienestar que osan protestar. Las policías y guardias nacionales se hacen tan útiles a los dominantes nacionales o internacionales como los militares: la abundancia y masividad creciente de los conflictos urbanos equilibra las necesidades de policías internas con las de ejércitos territoriales, fronterizos y rurales. Offe confirma que la represión será adoptada aún por los más locuaces y populistas líderes de izquierdas, centroizquierdas y socialdemocracias. Nada crece tanto en los presupuestos nacionales como las asignaciones para policías y militares, en orden variable según necesidades gubernamentales. El modelo policial de imaginar corporativamente los conflictos urbanos se contagia a prensa, políticos y finalmente a la gente, alienada crecientemente su opinión por la convergencia ideológica de esos actores centrales. La producción académica brasileña, argentina y colombiana actual, al menos, confirma esta narrativa y ese lugar creciente y ominoso de las policías en el paisaje ideológico urbano.


CÓMO SIGUE ESTO EN EL SIGLO XXI

El episodio de las Torres Gemelas reinstala la lógica de la seguridad nacional neoimperial nortemericana de los 60 con el nuevo condimento del narcoterrorismo, consagrado por el Patriotic Act del 2001, seguido de la legislación antiterrorista europea, la de los amigos y súbditos de la OTAN. Pero el Uruguay, sin torres gemelas, sin terrorismo y sin narcotráfico apreciables en volumen, de cualquier modo establece una mayor discrecionalidad policial con la Ley de Procedimiento Policial de 2007, más realista que el rey. También equipamos a las policías como una cuarta arma militar, hasta con vehículos para invadir selvas y favelas que no tenemos; es una fuerza de represión y disuasión urbana en línea con todo lo dicho hasta ahora. Pero no creamos que la paranoia de la inseguridad narcoterrorista global sustituye al creciente panóptico brutal policíal; acumula con él, como nuevas fuerzas conjuntas transnacionales.
En 2012, Estados Unidos promulga su Iniciativa de Seguridad en Áreas Urbanas (UASI) que equipa a guerra a las policías federales, estaduales y municipales y a las guardias nacionales, cosa que Uruguay ya venía haciendo desde al menos el ascenso de los gobiernos de ¡¿izquierda!? Por otra parte, por si faltaba alguna evidencia del cipayismo de las iniciativas de seguridad uruguayas, la estrategia nacional de inteligencia redactada en 2014 por los 16 organismos de seguridad norteamericana, al interior de la estrategia de seguridad nacional, deja claro que son problema de seguridad nacional norteamericana todos los pequeños brotes de protestas urbanas, aun los carentes aun de centralización. Por ejemplo, los de ambientalistas que se opongan a mineras, puertos imperiales, forestadores y madereros exentos fiscalmente, apropiadores del suelo, ricos sin detracciones y zonas francas tan productivas. O los que protesten como en Ayotzinapa, o como los negros norteamericanos confundidos siempre con delincuentes por blancos que los balean y son luego judicialmente exentos. Toda ‘minoría’, racial, ideológica, religiosa, nacional, será sospechosa y reprimible por las milicias policiales equipadas a guerra; y si crecen e insisten los ejércitos las bombardearán como en Asia. Por eso todos debemos ser Ayotzinapa, indignados, mapuches, negros norteamericanos muertos e injusticiados. Porque se nos viene eso, que ha crecido en la historia y en nuestra historia, aunque esté legitimado por populistas autoritarios que creen que hay que reprimir a los que se oponen a los planes del sagrado gobierno y a los que no se dejan explotar en paz desde industrias, bancos y comercios, esos responsables del bien público. ¡Quién te vio y quién te ve, izquierda uruguaya! Cipayos aunque no lo sepan y no lo quieran creer. Objetivamente, en armonía con la evolución de las geopolíticas imperiales, en las cuales el crecimiento de las policías es llave maestra, como lo estamos viendo en Méjico, en USA, entre nosotros en menor escala pero en auge. No solo síndrome de Estocolmo, sino también sintonía geopolítica neoimperial aplicada nacionalmente con cierta creatividad y enmascaramiento. Se necesita una nueva izquierda: la que había ya está cooptada o ebria de poder clientelista, corre imparablemente al centro y se escuda en electoralismos de corto plazo. No sirve más porque no enfrenta a ningún macroculpable de injusticias a nivel local, regional, internacional o transnacional.
Requiescat in pace.



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